AZUL (II)

Dicho de un color: semejante al del cielo sin nubes y al mar un día soleado, y que ocupa el quinto lugar en el espectro luminoso.

(Este texto es la segunda parte de Azul (I), si no lo habéis leído os resultará complicado seguir el hilo de la historia. Para ir a la primera parte solo tenéis que hacer clic aquí: Azul (I))

Día 7.
Hoy mi familia ha hecho aparición, abrazándome entre lágrimas, desconsolados, con un brillo agridulce en la mirada. Me explicaron que no habían podido verme antes porque formaba parte de los tantos desconocidos ingresados tras el atentado. Ya me habían dado por perdida cuando llamaron del hospital informando de que estaba viva. Mi caso había sido peculiarmente difícil debido a que había perdido mis pertenencias en el caos provocado por las explosiones y gracias a la amnesia que sufría no podía aportar información sobre mi identidad. Nadie sabía quien era o como me llamaba. Sin embargo,  ahora todos me llaman Laura, supongo que ese es mi nombre.

Día 10.
Con el paso de los días comienzo a recordar la cara de mi padre y como me elevaba por los aires cuando era pequeña, el perfume de mi madre inundando cada estancia de la casa y los dibujos de mi hermano, que con el paso del tiempo se han convertido en prodigiosas obras de arte. A pesar de ello, siguen siendo unos desconocidos.

Día 17
Hoy me han dado el alta hospitalaria tras dos semanas en observación. Los médicos me han dicho que no creen posible que vuelva a caminar con normalidad, pero que sí recuperaré parte de la movilidad de la pierna, para ello, tengo que someterme a duras cirugías. 
Tras dos semanas de encierro hospitalario, lo que menos anhelo es el movimiento. Sin embargo, la pérdida de memoria sí me resulta incapacitante. Mi familia me ha traído a su casa y me han instalado en la que dicen que es mi habitación, pero yo no me siento como si esta fuese mi casa. Mi madre me persigue con cara de miedo y con ese misterioso brillo en la mirada. Es como si estuviese feliz y terriblemente disgustada al mismo tiempo. Mi padre ha pedido unos días en su trabajo para quedarse en casa y cuidarme, supongo que, como todo padre, quiere proteger a su pequeña de los monstruos del armario. Mi hermano Matías, sordo a las protestas de mi madre, me habla de las novedades que hay sobre el atentado. Es el único que besa la realidad y quiere que recuerde el pasado reciente. Algo pasa, lo sé. No me lo están contando todo.

Día 22.
Los días pasan y las preguntas se me agolpan. Todo lo que no he hablado en las últimas semanas lo expulso ahora en forma de incógnita que nadie, excepto Matías, quiere resolver. ¿Qué hacía en  Gran Vía? ¿Estaba sola?  A la primera pregunta la respuesta parece fácil, todos me dicen que estaba de compras. A la segunda responden con evasivas y con negativas poco creíbles. ¿Qué me ocultan? Ahora soy consciente de las ausencias que decoran las paredes, de los marcos vacíos y esa extraña sensación de vacío en mis dedos.
Cada noche el azul me persigue, me ahoga  y se convierte en hielo. Hielo que jamás, por mucho que suba la temperatura, se derrite. Mis pesadillas se convierten en alucinaciones y mis pánicos nocturnos en miedos diurnos. Me siento sola, mi familia no llena este hueco en mi pecho. Vivo en un encierro voluntario, ajena a lo que sucede en el mundo real. Pero es suficiente, tengo que salir y respirar. Entre las paredes de un hogar que no siento mío me ahogo.


Mañana subiré el final del relato. Un saludo y ¡gracias por leerme!

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