CENIZAS


Polvo de color gris claro que queda después de una combustión completa.

A veces, cuando las cosas se tuercen nunca vuelven a su estado original. Todo parece ir bien, la vida fluye y tú fluyes con ella dejándote llevar. Al principio, no eres consciente de los pequeños detalles que marcan el rumbo y solo ves las sonrisas, las caricias, los te quiero y los tú eres mi mundo, pero todo eso en lo que te fijas solo es una pantalla que te absorbe de la realidad, como la televisión, cumple la función de entretenerte para que no te des cuenta de lo que sucede fuera del salón de tu casa.

Dejarme engañar por las nubes de color rosa a las que prometió subirme o por las constelaciones que juró bajarme, fue mi peor error. Había indicios que aventuraban lo que sucedería, indicios que todos veían excepto yo, pero estaba tan enamorada que me convertí en ciega, sorda y muda por él.

Mikel era todo lo que soñaba en un hombre: guapo, atlético, elegante, inteligente, con futuro y aspiraciones. Cuando miraba sus enormes ojos verdes me perdía en ellos y todos mis demonios se apaciguaban. Nos conocimos en una fiesta, estaba con mis amigas hablando de todo y de nada en un banco, salvando el mundo con ideas innovadoras que muchos otros habían tenido antes que nosotras, cuando lo vi. Lo vi y ya no pude apartar la vista de él. Estaba solo, apoyado en un árbol, mirándonos en la distancia mientras fumaba un cigarrillo, con un aire misterioso que lo hacía tremendamente atractivo. Mis amigas no se percataron de su presencia, pero yo estaba encandilada, tanto que cuando decidieron irse puse mil excusas para volver sola al banco y comprobar si él seguía allí. Y si, seguía allí. Me senté en el banco fingiendo que no lo había visto y él se acercó, me dijo con voz seductora su nombre, tomó mi mano delicadamente y la acercó a sus labios, dando un sutil beso y mirándome a los ojos dijo: Encantado. Pero fui yo la que quedó encantada, embrujada y extasiada y desde ese momento ya no volví a pertenecerme, era suya. Le había vendido mi cuerpo y mi alma al mismísimo diablo.

"Estaba solo,
apoyado en un árbol,
mirándonos en la distancia
 mientras fumaba un cigarrillo,
 con un aire misterioso que
 lo hacía tremendamente
 atractivo".
Al poco tiempo empezamos a salir, él me robaba de la universidad en su impecable coche blanco, me despistaba de mis obligaciones, me alejaba de mis amigas y me enemistaba con mi familia. Obviamente, yo no era consciente de ello, para mí Mikel era lo único que merecía la pena en el mundo, el resto me daba igual. Sucumbía a todos sus caprichos, me arreglaba como a él le gustaba, salía a divertirme solo con él, dejé las redes sociales, a mis amigas y finalmente, perdí mi identidad. Ya no era Sara, ni lo fui durante mucho tiempo. Me había convertido en la novia de Mikel. Los días se volvieron semanas, las semanas se volvieron meses y cumplimos un año de relación. Para aquel entonces ya no tenía amigas, había dejado la universidad en el tercer año y mi familia apenas me hablaba. Fue entonces cuando Mikel “me salvó” de esa situación pidiéndome que me fuese a vivir con él. Mis más brillantes sueños en los que él era mi caballero de brillante armadura se convirtieron en oscuras pesadillas y él, en el dragón que me mantenía cautiva en mi torre. No podía salir sin su consentimiento, me quitó el móvil, como a una adolescente castigada y cambió su dulce apelativo de cariño por “zorra”, “zorrita”, “puta” y variantes. Esto fue sucediendo a lo largo de aquellos primeros maravillosos meses en los que no me dolía todo el cuerpo. Después llegaron las palizas, las violaciones, los llantos, los lo siento y los esto lo hago porque te quiero.

Cuando me fui a vivir con él estaba ciega, sorda y muda metafóricamente hablando. Tras un par de semanas era muda, sin tanta metáfora porque todo lo que le decía le parecía mal o, simplemente, le irritaba mi voz. Tras un par de meses sus gritos casi me dejaron sorda. Después de seis meses casi me deja ciega. Mikel no discriminaba zonas del cuerpo a la hora de descargar su furia. Le daba igual si se veían, él tenía el control de cuando salía su saco de boxeo personal a la calle. Tuve los dos ojos morados muchas veces, más de las que puedo recordar. Malvivía hundida en un pozo en el que ya no me quedaban lágrimas, en un pozo seco. Dejé de ser dueña, ya no solo de mi cuerpo sino también de mis pensamientos, me había acostumbrado a ser una muerta en vida de la que nadie se acordaba.

Lo último que recuerdo de mi relación con ese monstruo de voz seductora, es una luz blanca en el techo, hermosa, brillante y absorbente como alguna vez fueron sus ojos. Fue mi madre quien me encontró tirada en el suelo del salón, desangrándome. Mikel se había cansado de su mascota y, como tantos malnacidos en el mundo,  intentó deshacerse de mí. Pero cometió un error, no era tan listo como ambos creíamos. Cuando iba a dar rienda suelta a su furia, con su pequeño y frágil saco de boxeo, siempre se aseguraba de amortiguar los gritos y de impedir la visión de los vecinos. Hasta ese día le había salido siempre bien, pero tal vez el nerviosismo que le provocaba lo que iba a suceder lo hizo descuidado, dejando la puerta mal cerrada y la ventana mal tapada. Aquel vecino, cuya ventana estaba frente a la nuestra, lo vio todo. A ese hombre le debo la vida. Llevaba un par de meses sospechando que pasaba algo raro en nuestra casa. Tanto era así, que previamente se había puesto en contacto con mi familia y éstos le pidieron por favor que los llamase si veía que sucedía algo. Eso fue lo que hizo, llamó a mi madre y a la policía cuando vio a mi verdugo con un cuchillo de cocina en la mano apuñalándome una, otra y otra vez. Yo no gritaba, no lloraba, solo lo miraba. Miraba a los ojos de aquel monstruo que alguna vez fue el chico misterioso apoyado en el árbol. Lo miraba y me preguntaba cómo había estado tan ciega, esa maldad que escupían sus ojos debía de haber estado siempre allí.

Mi madre ha vuelto a ser mi madre, mi confesora, mi salvadora y mi amiga. Mi hermano puede abrazarme de nuevo sin que nadie se lo impida; mis amigas no se separan de mi lado, han perdonado todos mis desplantes y comprenden que esa no era Sara, era la novia de Mikel. Mi padre, que es ahora mi abogado y mi mayor defensor en la vida, se está encargando personalmente de que ese, al que un mal día llamé amor, se pudra en la cárcel.

"...estoy intentando descubrir quién
es esta nueva Sara".
He vuelto a la universidad, estoy integrándome de nuevo en la sociedad y estoy intentando descubrir quién es esta nueva Sara. En la asociación de mujeres que han sido, como yo, destruidas por la violencia de género me han aconsejado escribir mi historia. Dicen que es una forma de ayudarme a sacar fuera el dolor. En algún lugar, escuché o leí que tras escribir una experiencia traumática es bueno quemar el manuscrito, para que no quede nada más que ceniza de lo que un día fue el infierno. Yo, Sara Escribano Ruiz, estudiante de derecho y con veintidós años de edad, he decidido que no quiero reducir el infierno a cenizas, prefiero congelarlo. Congelar todas y cada una de las llamas que laceraron mi piel y poder el día de mañana girar la cabeza para verlo. No quiero destruir las memorias del infierno, quiero guardarlas como un símbolo de que ahora soy yo la que decide no volver a ese oscuro lugar nunca más.


Comentarios

  1. Del rosa al gris, al negro.....pero el verde esperanza espera

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  2. El verde eaperanza siempre estará presente. Un saludo😊

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