ARREPENTIRSE (I)
Sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo.
Te conozco desde que tenías doce años. Te sentabas en primera fila con tu sonrisa perfecta, tus trenzas pelirrojas y tu falda bien planchada. Cuando los profesores hacían cualquier pregunta, daba igual la temática, tú alzabas la mano como una flecha, ansiosa de verter la respuesta correcta. Dulce, inteligente, responsable y amable. La niña que todo padre querría por hija.
Con trece años, las pecas que adornaban tu cara empezaron a parecerse en mi imaginación a las estrellas y tu cara al cielo. Fue ese año en el que me adelanté una fila en clase, ya no era el último, era el penúltimo y cada silla que me separaba de ti era una agonía.
Con catorce, suspendí matemáticas a propósito con el único objetivo de tener una excusa para hablarte. Aprendí poco sobre números en los recreos en los que intentabas explicarme y demasiado sobre lo mucho que me gustaba tu simple compañía.
Con quince años, diste tu primer beso al chico malo de moda por el que todas suspiraban y yo, mientras tanto, empezaba en los malos vicios del tabaco, tal vez intentando imitar aquello que te hacía suspirar.
Con dieciséis, ese cretino te rompió el corazón. Odio decir esto, pero me alegré de que sucediese, al fin te habías dado cuenta de que te merecías más.
Con diecisiete, me sentaba en segunda fila, justo detrás de ti. Tu larga melena pelirroja se ondeaba con cada movimiento de cabeza y yo me distraia con cada estúpido gesto que hacías. Te volviste a percatar de mi presencia y comenzamos a quedar alguna tarde en la biblioteca del instituto para repasar las lecciones que llevábamos peor. Bueno, tú repasabas, yo solo me embelesaba con tu sonrisa.
Con dieciocho años, dejaste la ciudad, te embarcaste en el embaucador mundo universitario y las malas lenguas cuentan que te enamoraste de otro prepotente con pendiente que solo te quería para un rato.
Han pasado cinco años y no hay ni un solo día en el que no me arrepienta de no haberte confesado lo que sentía. Sin embargo, he aprendido una poderosa lección: es mejor arrepentirse de lo que has intentado que de algo que no has hecho por cobardía.
Hola Sambeta, dos relatos más que correctos. Los he leído al revés, primero el segundo, pero como dices deben leerse los dos para darnos cuenta del daño que hace quedarse callado por miedo a... ¿a qué? ¿Que te dijeran que no? La madurez te quita un tanto ese miedo, te da la seguridad para comprender que si la deseas mejor decirlo, no pierdes nada puesto que nada tienes. Por contra, la adolescencia multiplica estos sentimientos, se tremendiza todo. Un No puede ser como una sentencia de muerte y por ello sientes miedo a recibirlo.
ResponderEliminarMuy bien captado ese sentimiento. Y el juego de pupitres está muy bien conseguido, me has recordado cuando en el pleistoceno también me avanzaba poco a poco entre los pupitres para estar cerca de la chica que me gustaba. Coincidir en el mismo, eran pupitres de dos asientos, era el premio gordo, el día mágico.
Saludos!
El orden de los factores no altera el producto, por lo que da igual el orden en el que lo hayas leído con tal de que hayas captado el mensaje 😉. Tienes toda la razón es un miedo totalmente irracional que no vale para nada. Me alegro de que te haya gustado y agradezco mucho tu comentario. ¡Un saludo y gracias por leerme! 😊
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