Meteorito.

La luz del ocaso se filtraba por las rendijas de la ventana. Candela contaba con suma impaciencia los segundos que faltaban para que anocheciera por completo. Mientras tanto, Paulo se afilaba las uñas contra una columna de hormigón colocada al otro lado de la oscura estancia. En eso los había convertido el meteorito, en monstruos clandestinos obligados a sobrevivir en la noche mientras el mundo humano solo giraba de día. 

Cuando todo en el exterior se tornó en oscuridad, Paulo saltó por encima de Candela, haciendo añicos la ventana. Ella lo vio partir regalando un grito a la luna a modo de llamada para las demás criaturas nocturnas. Con una sonrisa triste siguió a su hermano en la penumbra, abrazando su salvaje condición, mimetizándose con la oscuridad de la noche. 


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