Amor a la primera calada.


Evasión. Un viaje más. Solo uno más.

Tenía dieciséis años cuando mis amigos me presentaron a María y fue amor a la primera calada. Con ella mis problemas desaparecían, se hacían pequeños e irrisorios.  Pocos meses después me vi sumido en problemas por culpa no solo de María, sino también de Ginebra, la cual me calentaba en invierno como ninguna otra. Con dieciocho, conocí a Coca y las cosas se empezaron a poner intensas. Ginebra era demasiado absorbente, pero sumamente adictiva, ya no concebía mi vida sin ella. María, por su parte, me mantenía en una nube (de humo) de la que me costaba mucho bajar, tanto que nunca lo hacía. Coca… Coca me descubrió un mundo nuevo. Viajar con ella era el mejor de los orgasmos. 

Hasta que un día no desperté en mi cama, sino en la habitación de un hospital conectado a tubos extraños. María no estaba, ni tampoco Ginebra y la sola mención de Coca causaba una mueca horrorizada en las caras de los individuos de bata blanca que me rodeaban. Las echaba de menos, demasiado, más que lo humanamente posible. Las extrañaba tanto que gritaba sus nombres entre espasmos. Las extrañaba tanto que estuve a punto de matar a una enfermera que se negaba a conseguirme una visita de mis amadas. Las extrañaba tanto que las veía en las esquinas. Las extrañaba tanto que salté por la ventana. 


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