SALVAJE
No domesticado.
Él intentaba aferrarla, aprisionarla y no dejarla marchar. Su aroma se había convertido en una adicción difícil de superar, necesitaba una dosis diaria, tenía que embotellarlo.
No entendía que ella era como el viento y nadie podía aprisionarla. Como llegaba se iba, te refrescaba con su soplido y te embelesaba con su aroma, pero se iba. Siempre se iba. Intentaba retenerla con la yema de sus dedos, con sus manos y con su cuerpo, pero ella se esfumaba, porque en el fondo era una ilusión, humo producido por un intenso fuego, humo ligero que se elevaba desde las cenizas de un pasado.
Tenía que entenderlo, la belleza de lo salvaje reside en la libertad de sus acciones y, ¡qué Dios me perdone!, pero no había en esa tierra nada más salvaje y bello que ella. Cuán cruel sería desproveerla de su capacidad de volar por donde quisiera... pero él no lo entendía o, simplemente, no lo quería entender.
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