OASIS
Tregua, descanso, refugio en las penalidades o contratiempos de la vida.
Con diecisiete años y toda la vida por delante Daniela
decidió que ya era suficiente. A veces, la edad no es un determinante cuando
hablamos de cuánto hemos vivido. La calidad premia sobre la cantidad y Dani era
una experta en cuanto a mala calidad se refería. Si la vida tuviese una hoja de
reclamaciones todas las páginas estarían cubiertas con sus quejas. No, ella no
estaba dispuesta a sufrir esa tortura por más tiempo.
Daniela se levantaba cada mañana con alguna parte del cuerpo
morada y la sensación de que había tenido que ser muy mala en otra vida para
merecer tan interminable castigo. Su padre, un hombre robusto de cuarenta y
cinco años, parado y alcohólico, le recordaba cada día, independientemente de
la hora, lo mala hija que era y la desgracia que suponía que hubiera nacido mujer.
Su madre, desaparecida en combate años atrás, había dejado de protegerla cuando
cumplió los once años; una paliza menos para Daniela era una más para ella,
hasta que finalmente no hubo más palizas, solo silencio.
Daniela no estaba dispuesta a sufrir aquel destino, por eso
marcó el número, ese número que salía desde hacía un tiempo en todos los
canales de televisión.
- Necesito ayuda - dijo, pero eso fue todo
lo que logró pronunciar.
Mientras hablaba, un pestilente aroma a ginebra intoxicó el
aire. Su padre estaba tras ella, con el cinturón en la mano y esa asquerosa
expresión que siempre tenía en su rostro. A Daniela no le dio tiempo a pensar, ni siquiera a
gritar… el cinturón le atravesó la cara antes de que el corazón le pudiese latir dos veces. Ese solo fue el primer golpe, tras éste una ráfaga insaciable de
latigazos laceró su piel como llamas ávidas de carne. Intentó huir, pero lo más
lejos que llegó fue a la cocina. Allí, sus manos fueron más rápidas que su
cerebro y en un abrir y cerrar de ojos su padre tenía un cuchillo clavado en el
vientre.
Tardó unos segundos en reaccionar. Había apuñalado a su
padre… Corrió de nuevo al teléfono, en el que la interlocutora preguntaba
desesperada que estaba pasando.
- ¡Por favor! ¡Ayúdeme! ¡He matado a mi padre!
Tras colgar el teléfono, la muchacha se sentó en el suelo
intentando analizar la situación, sin mirar el cuerpo desplomado del hombre que
la había torturado durante demasiados años, y se sintió libre. En ese momento,
se encontró en un oasis de paz ininterrumpido, la vida le había dado una tregua
a muy alto costo. No sabía cuál sería su destino ahora, solo sabía que
cualquier infierno sería más agradable que el reino del terror en el que había
crecido.
Exitos, lo mejor a ti, a tu escritura. 2017
ResponderEliminarMuchísimas gracias tanto por tus bonitas palabras como por pasarte por el blog y regalarme un ratito de tu tiempo.
Eliminar¡Un saludo!
P.D.: espero que tu 2017 esté plagado de éxitos también y de felicidad.