ACENDRADO
Puro, sin mancha ni defecto.
Tomás tomó la mano de su madre entre las suyas, era un
ritual para él. Quería protegerla de lo que los señores de blanco le hacían, irse
juntos a casa y jugar al ahorcado o, simplemente, que le cantase una nana. No
pedía mucho, solo quería que su mamá jugase y le hiciese cosquillas como tiempo
atrás.
Siempre le había parecido que las manos de su madre eran
enormes, como las de los gigantes de Los
Viajes de Gulliver, pero elegantes como las de las hadas de los cuentos de
princesas y príncipes.
- Mami, ¿puedes venir ya a casa?
Era todo lo que quería saber, pero siempre volvía solo con
la tía Mabel. Su madre llevaba ya un par de meses en ese edificio raro y feo,
lleno de personas vestidas con trajes extraños. No le gustaba ese lugar, ni
tampoco la gente que en él residía… le hacían daño a su mamá y cada vez que iba
a visitarla la veía más demacrada y triste.
Como cada día, Tomás tomó la mano de su madre entre las suyas e hizo la pregunta:
- Mami, ¿puedes venir ya a casa?
Pero esta vez la dulce sonrisa de su madre no hizo
aparición. Por el contrario, las lágrimas acudieron a sus ojos e intentó
incorporarse en la cama. Las fuerzas hacía días que la habían abandonado junto
con el pelo y el tono rosado de sus mejillas. Se estaba muriendo, pero Tomás
eso no lo sabía. Era apenas un niño, ¿cómo se le decía a un pequeño de siete
años que su madre se estaba muriendo?
- Cariño, no puedo ir a casa… necesito que seas un hombrecito fuerte como lo era tu padre y que me hagas dos favores.
Tomás apretó fuertemente con sus manitas la enorme mano de
su madre, probablemente intentando retenerla para siempre. Guardó silencio y
asintió.
- El primero es que te portes muy bien con tía Mabel y la cuides. A partir de ahora ella será la que te lea los cuentos, la que te haga cosquillas y la que te cante las nanas.
- Pero yo quiero que me las cantes tú… – dijo el pequeño sorbiendo las lágrimas.
- Lo sé, cariño, pero yo ya no voy a poder. Tengo que ir a reunirme con papá.
El pequeño Tomás comenzó a llorar desesperadamente y su
madre, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo, lo
cogió en brazos y lo subió a la cama. Abrazados, comenzó a cantarle una nana en
el oído hasta que el niño se relajó.
- ¿Cuál era el segundo favor, mami? – preguntó con su vocecita temblorosa.
- ¿Sabes lo qué significa la palabra acendrado? – Tomás negó con la cabeza – Significa puro, sin manchas, sin defectos… El amor que yo siento por ti es acendrado, Tomás. Jamás habría podido sentir algo semejante si tú no hubieses aparecido en mi vida. Me has enseñado a amar de forma desinteresada, pura e incondicional. Necesito que recuerdes cuan feliz me has hecho, mi pequeño. Ese es el segundo favor.
A modo de promesa Tomás le dio un beso a su madre. Durante
un par de horas siguieron abrazados, cantándose nanas mutuamente hasta que el
brillo abandonó los ojos de la mujer.
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