NOCTÁMBULOS
Que andan vagando durante la noche.
Mientras la ciudad duerme la luna ilumina las calles de una
manera con la que el sol ni siquiera puede soñar. Solo los noctámbulos pueden
verlo y disfrutar del espectáculo.
Luca caminaba por las solitarias callejuelas de la ciudad mientras el silencio se apoderaba de todo. Nadie se movía mejor en la oscuridad que él, ni con mayor sigilo. Hacía ya dos años que vivía en la calle junto con muchos otros penitentes, cuyo único delito había sido intentar integrarse en la sociedad. Sin embargo, Luca había sido el único que había encontrado el lado positivo a su situación. Como buen escritor, la curiosidad le podía. Vagaba cada noche de plaza en plaza, de calle en calle, buscando soñadores ansiosos de contar sus fantasías. Luca era un buscador de historias con un don especial para plasmarlas.
Luca caminaba por las solitarias callejuelas de la ciudad mientras el silencio se apoderaba de todo. Nadie se movía mejor en la oscuridad que él, ni con mayor sigilo. Hacía ya dos años que vivía en la calle junto con muchos otros penitentes, cuyo único delito había sido intentar integrarse en la sociedad. Sin embargo, Luca había sido el único que había encontrado el lado positivo a su situación. Como buen escritor, la curiosidad le podía. Vagaba cada noche de plaza en plaza, de calle en calle, buscando soñadores ansiosos de contar sus fantasías. Luca era un buscador de historias con un don especial para plasmarlas.
- ¡Luca! Ya hacía tiempo que no venías por aquí,
camarada - le dijo don Artemio cuando lo vio aparecer en su poco transitada
calle.
"Se negó a abandonar el único rincón del mundo que contenía recuerdos de su amada Flora…" |
Don Artemio era un hombre enclenque y dicharachero, de casi setenta años al que la vida le había arrebatado
todo. Su mujer había muerto años antes tras un largo período de lucha contra el
demonio innombrable conocido como cáncer de mama. Siempre habían querido tener
hijos pero la fortuna no les había sonreído tampoco en eso, solo se tenían el
uno al otro. No obstante, fueron felices hasta el último suspiro de ella. Tras
su muerte todo se torció todavía más, Artemio perdió todos sus ahorros como
tantas otras víctimas, a manos de los señores de traje y maletín que dirigen el
mundo desde las sombras. Finalmente, terminó viviendo en la calle… la misma en
la que estaba su hogar. Se negó a abandonar el único rincón del mundo que
contenía recuerdos de su amada Flora…
- ¿Cómo le va la vida, don Artemio? - le preguntó.
- ¡Ay, muchacho! La vida sigue siendo igual de
traicionera que siempre… Por eso hay que mantener los ojos abiertos hasta
durmiendo. A estas alturas ya solo puedo confiar en la luna.
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