No estamos "solitas".
Son las seis de la madrugada. Camino tranquila, despacito y casi de puntillas porque el dolor de pies provocado por los tacones me está matando. La calle está vacía, silenciosa. Mis amigas se han ido por un lado y yo por otro, pequeños inconvenientes de vivir cada una en una punta de la ciudad. Estoy sola y tengo frío. Me muevo por la inercia del cansancio en dirección a mi cama, más que a mi casa, y con los recuerdos sonrientes de una noche de diversión entre amigas. El eco de mis tacones es todo lo que interrumpe el silencio de la calle, haciendo que me pregunte a mí misma por qué los llevo. Sin embargo, cualquier respuesta a esta hora y sin haber dormido me resulta vaga y sin sentido. El silencio sigue invadiendo el espacio y, tal vez por las voces de cientos de mujeres asustadas mucho antes y mucho después que yo resonando en mi cabeza, recordándome que el mundo no es un lugar seguro, convenzo a mis pies doloridos de que aceleren el paso.
- ¡Rubia! ¿A dónde vas tan solita?
La voz procede de una figura oscura resguardada en un portal, su cara escasamente alumbrada por un mechero que intenta encender un cigarrillo. En mi cabeza una respuesta nítida se conjuga: A donde a ti no te importa. No obstante, aquellas voces de tantas otras que antes me hicieron acelerar el paso, ese instinto femenino de supervivencia me dice que no diga nada, que siga andando. Más rápido. Sin mirar atrás.
- ¿Por qué tanta prisa, rubita?
El individuo comienza a seguirme y mi mano se dirige automáticamente al móvil. Siento cómo él acelera y yo estoy al borde de echar a correr. Cojo el móvil nerviosamente en la mano e intento marcar.
- ¿Vas a llamar a tu novio? ¿Cómo te deja ir solita por la noche? - dice antes de añadir con un deje de de ese tono vicioso y asqueroso que solo su subespecie de depredadores monstruosos posee - Mmm.. Y además con esa faldita...
Consigo marcar el número de mi madre, siempre la primera de la lista de llamadas. Escucho el primer tono justo antes de que el individuo me alcance y de que me arrastre a la oscuridad de un portal. Grito aterrorizada y escucho lejanamente a mi madre coger el teléfono, pero es demasiado tarde porque el me lo arranca y lo lanza fuera de mi alcance.
- Vamos a ver que esconde esa faldita, zorra.
Forcejeo mientras siento su aliento húmedo en mi oreja. Le pego una patada en la entrepierna y consigo zafarme lo suficiente de su abrazo como para salir corriendo. Estoy a quinientos metros del portal de mi casa y grito desesperada. El depredador consigue levantarse y correr detrás de mí. Acelero el paso al máximo posible, gritando, pidiendo auxilio, suplicando que mi madre haya decidido salir en mi busca, que aparezca para salvarme. Nada ocurre, solo sigo corriendo con él pisándome los talones y gritando: puedes correr, pero terminaré cogiéndote... Así solo lo estás empeorando. Intento ignorar sus palabras, intento seguir corriendo, intento no pensar y simplemente salvarme.
Entonces veo salir a alguien de un portal cercano. Tiene algo en la mano. La veo. Es una chica. Él no la ve y esa es la mayor de mis suertes, porque gracias al factor sorpresa la chica consigue partirle una palo de escoba en la cabeza. El hombre cae al suelo, la chica corre hacia mí y me abraza. Me pregunta si estoy bien. No soy capaz de contestar, solo puedo mirar como la sangre fluye por la acera provocando que mi respiración vuelva a su estado normal.
Es un excelente relato Sandra. De algo que lamento que siga sucediendo a las mujeres todas.
ResponderEliminarGracias por tus escritos.
Anibal E.
Gracias Anibal. Un saludo 🤗
EliminarQué triste que las mujeres tengamos que vivir esta situación al volver a casa "solitas". Cuánta rabia.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la forma de escribirlo.
Un saludo.
Triste, pero cierto y habitual. Y asqueroso. Muy asqueroso.
EliminarGracias por leerlo.
Un saludo 🤗