Doce minutos.

Doce minutos me bastaron para dejar de quererte. En el primero me robaste el aliento y jamás me lo devolviste, como siempre. En el segundo el simple roce de tus manos me recordó que era una adicta. En el tercero te fuiste dejándome en el mismo vacío y, a la vez, multitudinario lugar en el que me encontraste. En el cuarto me guiñaste un ojo y el mundo se detuvo. En el quinto te vi jugar a tu juego favorito con otra jugadora. En el sexto te olvidaste de que te estaba mirando, aunque algo en lo más recóndito de mi mente me gritaba que en realidad eras consciente de ello y el saberme observándote despertó tus instintos más morbosos. En el séptimo pasaste por mi lado, rozándome, haciéndome recordar que mi aliento era tuyo. En el octavo me regalaste una gota de tu cariño calmando a la sedienta tonta que habitaba en mí. En el noveno tu jugador interior inició la partida definitiva. En el décimo la besaste. En el undécimo me miraste, pero yo ya no te veía. En el duodécimo recuperé yo misma el aliento que siempre te negaste a devolverme. 


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