SILVESTRE


Agreste, no cultivado.



Las hojas de los árboles creaban una melodía monótona a medida que caían al suelo. Los pájaros alimentaban el aire con su canto y el riachuelo que atravesaba el bosque de cabo a rabo humedecía el ambiente aportando una frescura reparadora a todo aquel que decidiese pasear por allí. Miranda salía a correr tomando como punto de partida la casa de su hermana gemela, situada en un lateral del bosque, desde que se había mudado a vivir en ella. A pesar de llevar más de seis meses viviendo en la propiedad, seguía sin sentirla como propia. En el testamento de su hermana la única beneficiaria había sido ella, cosa que a su recién estrenado cuñado no le había hecho ninguna gracia. Miranda siempre había estado convencida de que se había casado con su hermana por su dinero y su éxito empresarial. El dinero antes que los sentimientos, pensó. En el testamento, solo había una condición para que la propiedad no pasase de sus manos a las de su cuñado: que Miranda viviese en la casa. Sin tan siquiera pararse a pensarlo aceptó, cualquier cosa con tal de que esa sabandija no se aprovechase de su hermana gemela incluso después de muerta. Seis meses no habían sido suficientes para sentir ese como su hogar, sin embargo sí habían bastado para que el bosque le ofreciese ese remanso de paz que siempre había necesitado, para sentirlo como una parte de ella misma. Entre los árboles sonaban canciones susurradas por el viento que contaban historias sobre las dos gemelas trágicamente separadas. En las aguas del riachuelo podía vislumbrar el dulce azul de los ojos de su hermana y en el canto de los pájaros, el sonido de su voz. En el bosque se sentía en familia, protegida.

Miranda corría sumida en sus pensamientos, respirando el fresco aroma silvestre cuando se dio cuenta de que los pájaros ya no cantaban, las hojas ya no caían y el río sonaba diferente. Se paró en seco, su corazón desvocándose y su mente diciéndole que algo no encajaba. Entonces, descubrió a su cuñado Alberto observándola. En su mano derecha portaba un hacha y en el rostro una sonrisa diabólica. Lentamente se acercó a ella con el hacha levantada decidido a asestarle un golpe mortal. Miranda, paralizada solo llegó a conjurar el nombre de su hermana:

- Aura…

Entonces, una ráfaga repentina de viento agitó los árboles y antes de que Alberto pudiese prevenirlo una gran rama cayó sobre él. Miranda vio como la vida abandonaba sus ojos en el preciso momento en el que la rama le partió el cráneo. Sin más demora los pájaros comenzaron a cantar, el río volvió a la normalidad y las hojas cayeron acariciándole el rostro delicadamente.


Comentarios

  1. Justicia poética. Ojalá cayesen más ramas de esas. Porque corruptos sí que hay muchos.

    Buena historia.

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